30.6.08

Chus Fernández: los guantes del tercer portero (y 19)

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Gracias, Luis

por Chus Fernández


Nos sabíamos de memoria nuestro once. Buena señal. Conocíamos, incluso, el probable orden en el que irían entrando los suplentes según fuera el partido. Mejor señal todavía. Eso indicaba que las cosas habían ido bien, pero igualmente indicaba que, pese a que algunos no habían rendido como se esperaba, el entrenador había seguido confiando en ellos. Estoy seguro de que, al contrario de lo que muchos afirman, abolir el castigo es la mejor manera de prevenir el error. La paciencia es el fruto de la convicción. El entrenador creía en sus jugadores y los jugadores creían en el estilo que tanto sus propias condiciones como el criterio de su entrenador habían impuesto. El talento exclusivo de cada uno emergió violentamente como respuesta a la libertad que se les había concedido y, puesto que en la alegría de lo espontáneo se aceptan con entusiasmo las responsabilidades, fluyó con naturalidad lo que en otros tiempos se había intentado provocar desde el control. Algunos pilotos trazan las más hermosas formas entre las nubes cuando no se sienten obligados a pensar en el destino de su viaje, ejecutan las más bellas y arriesgadas acrobacias en cuanto se olvidan de lo que tienen que hacer para volar. Así respondieron los jugadores españoles a su entrenador. Así le respondieron a Hiddink los suyos. Una entrega basada en el respaldo ofrecido a cambio de la expresión posibilitada.

Resulta revelador que hayan sido los alemanes y los italianos quienes se hayan visto forzados a dejarnos paso: la trituradora que una y otra vez había reventado nuestro balón y la muralla a la que habitualmente le bastaba con devolvérnoslo con una tenacidad verdaderamente agotadora. También cayeron los rusos, pero ellos no querían reventar el balón ni devolvérnoslo sino que pretendían hacernos daño con él. Por eso tuvimos que poner todo nuestro empeño en conservarlo en nuestro poder, pues la única forma de vencer al reflejo es adueñarse del espejo. De igual modo resulta significativa este tipo de victoria.

Estamos un tanto sorprendidos, es cierto, no sabemos cómo se puede celebrar algo como esto, pero dentro de cada uno hay una fiesta y hay otra fiesta en la calle y no debe de ser demasiado difícil encontrar el puente que lleve de la una a la otra. No es elegante la euforia, lo sé, pero ya tendremos tiempo de ser elegantes. Gracias, Luis, por el molde que has dejado, este legado tan valioso. Si el triunfo me alegra es porque será lo que haga perdurar el estilo. Desde aquí te ofrezco mis disculpas. Tú te esforzabas en levar el ancla y yo protestaba por el ruido que el ancla hacía al golpear contra el casco de la nave. Cuando los demás caminábamos a tientas, tú empuñabas la antorcha y, como a la luz de la antorcha se ven las pinturas en las paredes de la cueva, trataremos de disfrutar de vuestra obra: el resultado de la tarea silenciosa que tú y tus chicos llevábais a cabo en la oscuridad mientras los demás nos quejábamos desde nuestros asientos. Porque trajisteis la música podemos cantar. Cantemos. Y a quien le guste bailar, que baile. Se hizo ya de noche, pero hay luces en el cielo. Comienza hoy el verano.

[gracias, Chus.
Publicado en La Nueva España]
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