6.8.08

carnets de lo soñado (5)


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Con mi inglés más parsimonioso, le daba instrucciones precisas al gigantón con cara de Peter Handke sobre cómo quería que me cortara el pelo. Mientras esperaba el turno, me aventuraba por las calles de aquella ciudad que dimos en llamar Gijón (aunque yo sabía que era otra). Caminaba cuesta arriba contemplando la hilera de edificios derruidos hasta volver a dar con el peluquero. Vienen también flashes de un viaje en volandas con mi abuela en busca de mi abuelo, muerto unos meses antes. Al parecer, una suerte de glaciación había tenido lugar pero mi abuelo se había negado a abandonar su casa, por ello cierta angustia guiaba nuestros pasos en el retorno. Recuerdo la vista aérea del país congelado de mi abuelo: sus lagunas de fangos marrón frapé, sus árboles silenciosos, sus lindes, etc. No se trataba ya del dulce planeo de otros sueños, sino del vértigo acuciado por el temor ante lo que podríamos encontrarnos. Recuerdo cómo al llegar la puerta biselada (la de tantos juegos infantiles) se abría sin problema (cabría pensar que el hielo la hubiera sepultado o que mi abuelo se hubiera encerrado razonablemente). Para nuestra sorpresa, mi abuelo vivo bajaba a recibirnos a la barbería. En su rostro –eso sí- había esa tristeza de quien ha estado esperando mucho tiempo del otro lado de la muerte.

[14.10.04]

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