20.9.08

de lo incesante el flujo (5)

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El poema interrumpe el mundo, desvela. De ahí su dimensión crítica: la detención posibilita una contemplación. No hay poema que no sea poema crítico, Mallarmé o Brecht, da lo mismo. Hablo de resistencia, de un espacio de tensión: tensión de un (otro) flujo. Algo irrepetible sucede, sale al cruce, estorba el camino que acostumbramos a pensar despejado, hay algo muy otro ahí. Otro, y del lenguaje. Eso, que ocurre con todo poema, en el poema hermético se acentúa: cuanto mayor el estorbo, más se aguzan los sentidos.

Una vez más: temas no son poemas. Lo que hace que un poema sea crítico no es su tema (porque, propiamente, no lo hay: el tema del poema está siempre en exceso, y tematizar equivale a eliminar lo excesivo, fijar, contener, simplificar), sino su manera de cuestionar lo dado.

Abre (es crítico) los ojos, recibe, el poema.

Pero cuidado: “Cuando vemos la luna, sabemos que eso es la luna, y con eso basta. Esos que proceden a analizar la experiencia e intentan establecer una teoría del conocimiento no son estudiantes del Zen. Dejan de serlo, aunque antes lo fueran, en el momento en que se comportan como analistas. El Zen siempre defiende la experiencia como tal y se niega a comprometerse con ningún tipo de sistema filosófico” [Daisetz T. Suzuki en Zen and Japanese Culture]. Lo que Suzuki dice del Zen bien podría aplicarse a lo poético. Un interrumpir que consiste, antes que nada, en un estar. Su posibilidad teórica reside en la contemplación, no en una interpretación, ni una apropiación. Pero una contemplación inmersa, sin distancia, primera.

No hay más que esto: En la campana, / ahí duerme en su sueño / la mariposa [Buson]

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