31.8.08

una canción para el domingo

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más en myspace
o aquí
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de Eloísa Otero: *Tinta preta*

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Hay cosas que se vuelven casi una historia
de subordinación
(una trama de personaje y frase
subordinada
a lo pequeño y hueco).
De ahí la búsqueda de gestos
que restituyan,
para los sentidos,
una vida normal
—desde la forma misma
de lo normal sin normas—
.

Seguir los consejos de W. Benjamín:
escribir, anotar algo cada día.
Pero las cartas —dices tú—
son mucho mejores cuando ya no queda nada
que contar.

(…) Garrapateo.
Los dibujos son para que recuerdes
Las noches de la luna llena:
quien tiene dos casas pierde la cabeza.
quien tiene dos amores pierde el corazón
.
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[la colección Traviesas acaba de reeditar on-line, con prólogo de Esther Ramón, Tinta preta de Eloísa Otero, cuya primera edición apareció en la colección Provincia de León, en junio de 1999]
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29.8.08

bienvenido: *el gran teatro de Oklahoma* de Chus Fernández

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[pincha en la imagen para visitarlo]

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26.8.08

hoy, en *Público* (p. 35)

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esta aleación de flujo y pena

a los traductores invisibles desde la cerradura
a la Virgen que lamió el cerebro de mamá

en el jaiku en la sicodelia del jaiku mi tiritar
renovable de verano ---------------nada es estanco a nada





[o aquí]
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19.8.08

subrayados de *El leopardo de las nieves* de Peter Matthiessen

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Sólo sabía que en el fondo de cada respiración quedaba un vacío que necesitaba llenar. (p. 63)

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[...] la iluminación clara y sutil que dotaba de magnificencia a la vida y de paz a la muerte fue arrollada por el terrible resplandor de la tecnología. Sin embargo, esa luz está siempre presente, como las estrellas al mediodía. El ser humano debe percibirla para poder trascender su miedo a la carencia de sentido, porque ninguna dosis de "progreso" puede ocupar su sitio. Nos hemos pasado de listos, como monos avariciosos, y ahora estamos llenos de espanto. (p. 81)

*

El cielo de las montañas es pura desnudez: viento, más viento y frío. (p. 93)

*

Estoy aquí para estar aquí, como estas rocas, como el cielo y la nieve, y como este granizo que cae desde lo alto. (p. 133)

*

El secreto de las montañas es que existen, igual que yo, pero se limitan a existir, cosa que yo no hago. Las montañas no tienen "significado", son significado; las montañas son. El sol es redondo. Yo vibro con la vida y las montañas vibran y, si soy capaz de oírlas, hay una vibración que compartimos. (p. 231-232)

*

Cuando contemplo los corderos azules, debo contemplar corderos azules, y no pensar en sexo, en peligros o en el presente, porque este presente -incluso mientras pienso en él- ha desaparecido ya. (p. 269)



[Peter Matthiessen. El leopardo de las nieves. Trad. José Luis López Muñoz. Madrid: Siruela, 1995.]

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13.8.08

Bonnie Prince Billy (Will Oldham)

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No podría convertirlo en una rutina. Con la música, todo vuelve a tener una estructura y veo una lógica en el caos. Lo que hago es eso: buscar el equilibrio dentro del conflicto [...] [en El País]

su página web
o en myspace
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11.8.08

carnets de lo soñado (6)

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Persecuciones y secuestros tocan. En un hotel tiene lugar la fuga, carreras por pasillos tan largos como laberínticos, pura agonía y resuello. La dama raptada soy, la chiquilla que pierde el cuerpo asustada corriendo hasta la extenuación. Estuve encerrada en uno de los cuartos del hotel hasta que en un descuido (creo) logré zafarme de mis raptores. Intento aprovecharme de las dimensiones y la organización postmoderna del hotel para confundirme entre el gentío pero el miedo emploma mis pies: cualquier lugar (no importan dimensiones, concurrencia ni estructura a mi mente acuciada) va desvelando su potencialidad de ratonera.

[26.10.04]
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6.8.08

carnets de lo soñado (5)


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Con mi inglés más parsimonioso, le daba instrucciones precisas al gigantón con cara de Peter Handke sobre cómo quería que me cortara el pelo. Mientras esperaba el turno, me aventuraba por las calles de aquella ciudad que dimos en llamar Gijón (aunque yo sabía que era otra). Caminaba cuesta arriba contemplando la hilera de edificios derruidos hasta volver a dar con el peluquero. Vienen también flashes de un viaje en volandas con mi abuela en busca de mi abuelo, muerto unos meses antes. Al parecer, una suerte de glaciación había tenido lugar pero mi abuelo se había negado a abandonar su casa, por ello cierta angustia guiaba nuestros pasos en el retorno. Recuerdo la vista aérea del país congelado de mi abuelo: sus lagunas de fangos marrón frapé, sus árboles silenciosos, sus lindes, etc. No se trataba ya del dulce planeo de otros sueños, sino del vértigo acuciado por el temor ante lo que podríamos encontrarnos. Recuerdo cómo al llegar la puerta biselada (la de tantos juegos infantiles) se abría sin problema (cabría pensar que el hielo la hubiera sepultado o que mi abuelo se hubiera encerrado razonablemente). Para nuestra sorpresa, mi abuelo vivo bajaba a recibirnos a la barbería. En su rostro –eso sí- había esa tristeza de quien ha estado esperando mucho tiempo del otro lado de la muerte.

[14.10.04]

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