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Mateo
Mateo tiene nueve años y es mi amigo. Sus dos pasiones son el fútbol y la construcción, pero no le gusta que le preguntes por la construcción porque cuando lo haces le recuerdas que ha dejado la construcción un poco arrinconada.
Mateo juega de portero y sabe mucho de geografía gracias al anuario de la Liga que el Marca edita todas las temporadas. Ha hecho de su casa un estadio y son muchos los partidos que jugamos en el pasillo. Una portería es la puerta del baño; la otra, la puerta que da a la terraza. El marcador lo ha dibujado él y está pegado a la puerta del salón. Hay más cosas pegadas a las paredes y al resto de las puertas, pero no me acuerdo de cuáles son esas cosas. Cuando le metes un gol por arriba no dice «alta», a pesar de que por su estatura nunca hubiera podido llegar. En lugar de ello, se limita a negar con la cabeza, recitar el nuevo resultado, entrar en el baño a por su balón de espuma, colocarlo con prisa y con cuidado en el suelo, coger un poco de carrerilla y pegarle con todas sus fuerzas. No sé si cierra los ojos cuando golpea el balón. Me imagino que unas veces lo hará y otras veces no. Lo que sí sé es que, en cuanto el balón da en el techo, sonríe. No siempre lo hace, evidentemente. Pero sí lo hace casi siempre. Corre a presionarte cuando sacas de centro. Un empate nunca le parece un mal resultado.
De mayor quiere ser árbitro. Tiene un uniforme de árbitro. Su uniforme es amarillo. Y también tiene un silbato. Su silbato es un silbato reglamentario. En su mp4 tenía grabado, además del himno del Oviedo, un fragmento del Carrusel Deportivo.
Docenas de anécdotas podrían ilustrar la indudable singularidad de Mateo, pero entre todas ellas hay una que hoy, el día de la cita ante los italianos, quisiera recuperar: una tarde, nos pusimos a jugar una partida a la play, los dos en el mismo equipo. Eligió España. Y a la hora de decantarse por un rival, lo hizo por Arabia. Creyendo que su elección se debía al orden alfabético por el que estaban agrupados los equipos, le propuse enfrentarnos a los argentinos, pero Mateo prefirió jugar contra los árabes. Le pregunté si no creía que la selección pudiese ganar a Argentina y él, aunque no me contestó, con su expresión me transmitió que no acababa de ver a la selección con verdaderas posibilidades. Jugamos contra Arabia. La selección debe de tener muy pocos seguidores tan apasionados como Mateo.
Por mi último cumpleaños él y los suyos me regalaron una entrada para el partido que los chicos de Luis jugaron en el Tartiere el pasado mes de septiembre. Y también una caja que era un campo de fútbol con sus gradas y su público y sus pancartas y sus jugadores, de la selección, por supuesto, y un balón sobre la cabeza de Fernando Torres, todo dibujado y coloreado y recortado y pegado a mano por el propio Mateo. La caja, no. Pero la caja era lo de menos.
Mateo quiere que gane siempre la selección y ve sus partidos con la camiseta roja puesta, pero no quiere enfrentarse a los equipos tradicionalmente poderosos cuando juega a la play porque no está seguro de que la selección pueda vencerles. Todos somos Mateo.
publicado en el periódico La Nueva España]
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2 comments:
leemos bajo el sol de fuerteventura el texto de chus sobre mateo... y todos somos chus, porque mateo anda por ahí sacándose fotos con aulestia... también pudiera ser que huyéramos hacia el azul
al azul no se huye, el azul siempre está aquí (como Mateo, como todos: no huyáis, venid
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