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Un frotamiento, una tensión de palabras, parpadeando aquí y allí, intermitencias de la escritura. Puntos de calor (de otro sitio, me viene aquí la simultaneidad térmica, física, escultórica, de materias como la grasa o el fieltro, recurrentes en Beuys, por ejemplo). Nada es abstracto en ese lenguaje que nada traduce.
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Que el poema, por más hermético que se quiera, abre siempre. [cf. Vallejo, Celan]
Los poemas a los que vuelvo una y otra vez tienen esa cualidad de cerrar algo y simultáneamente abrirlo. Hay algo atesorado, imantándome, llamándome. Un hueco que no se llena, por más que a él se acuda.
Por un placer infantil de la repetición (Borges), esa música. La tensión de un deseo ante la inminencia: que no se acabe la canción, que siga sonando. Ese lenguaje ya no es lenguaje: es lengua que habla (de nuevo). Habla con cara, la lengua, y cada vez distinta. Es incesante lo que no se agota.
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